Mi nombre es demasiado largo, así que sólo diré que soy ingeniero de telecomunicación, psicólogo y filósofo aficionado. Ya sé que lo de “filósofo aficionado” es una redundancia, pero es para distinguirme de los filósofos profesionales, todos ellos idealistas en mayor o menor grado. Necesito hacer esta distinción para que el lector diferencie cuanto antes mi filosofía, de lo que seguramente estará acostumbrado a entender por filosofía, porque soy un filósofo materialista, mucho más materialista que todos los materialistas de los que he oído hablar, incluidos los materialistas antiguos, y sospecho que mucho más materialista que el más materialista de los científicos, dado que los científicos son mucho más idealistas de lo que ellos creen. Es decir, hago una filosofía que no se practica desde hace más de dos milenios, pero aun así, de manera todavía más radical de la que se practicó entonces.
Creo que mi interés por la filosofía comenzó en mi primera infancia, influido quizá por los curas de los Escolapios de Barbastro. Yo era muy joven (menos de diez años) por aquella época, pero aun así creo que a ellos les debo varios enigmas que me han acompañado a lo largo de mi vida, en especial, el enigma de qué es la Realidad. El enigma fundamental de nuestra cultura. De lo cual les estoy muy agradecido. No se me interprete mal, en este libro critico mucho y muy contundentemente la cosmología de los curas, pero lealtad cognitiva obliga, y es leal y justo el reconocer a cada uno lo suyo.
Estudié ingeniería de telecomunicación en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicación de Madrid, y pertenezco a la primera promoción de cuando la carrera empezó a ser de seis años. Una promoción especialmente brillante, según opinión de algunos profesores, de lo cual estoy muy orgulloso y agradecido a la diosa Fortuna. Por el contrario, las salidas laborales para profesionales de alto nivel siempre han sido en España muy decepcionantes (y lo siguen siendo), así que, después de unos años trabajando en lo más divertido que encontré, acabé aburriéndome mucho. Ante esta situación e influido por el clima de aquellos tiempos comencé un máster de economía que daba la Universidad Complutense de Madrid. La microeconomía me gustó, incluso utilicé luego esos conocimientos en mi trabajo para controlar proyectos de radiocomunicación para la trasmisión de datos de algunas cuencas hidrológicas españolas, proyectos que eran de gran envergadura y muy complejos, por lo que su control intuitivo era muy difícil. Sin embargo, dejé colgado el máster cuando ni siquiera había llegado a la mitad al enterarme de las ideas sobre macroeconomía que intentaban inculcarme; pensé que me había costado mucho salir de la superstición cristiana, y no era cosa de caer a continuación en la superstición capitalista, casi tan funesta como la anterior.
El año siguiente quise estudiar arquitectura, pero por unos pocos días se me pasó el plazo de matrícula. Ese mismo año, paseando por Valencia, donde estaba en viaje de trabajo, vi un libro en una librería que llamó mi atención: <<Sobre la agresión, el pretendido mal>> del famoso etólogo Konrad Lorenz. Yo siempre he estado y sigo estando frontalmente en contra de la agresión, pero también siempre me han interesado los argumentos a favor de las ideas que disienten de las mías, especialmente si son argumentos de un científico, así que lo compré y lo leí. El principal resultado de esa lectura fue que me enteré de que la psicología moderna tiene un enfoque mucho más biológico del que yo suponía influido, quizá, por el psicoanálisis de Sigmund Freud, unas ideas que conocía bien por haber leído toda su obra; incluso había trabajado en la oficina de una clínica de psicoterapia psicoanalítica en mis tiempos de estudiante. Mis prejuicios sobre la psicología moderna fueron vapuleados sin remedio por este librito, tanto que al año siguiente en lugar de matricularme en arquitectura lo hice en psicología. En concreto en la UNED, por aquél entonces la universidad con más prestigio en España sobre esta materia; no sé cómo estará el asunto ahora. Y aunque nunca he ejercido profesionalmente la psicología, fue para mí una carrera maravillosa que ha influido mucho en mi pensamiento, especialmente en temas metodológicos. La psicología es una ciencia joven y es difícil obtener resultados bien contrastados, así que se preocupa mucho más que otras ciencias por demostrar que sus conocimientos son plenamente científicos, lo cual la obliga a hacer filosofía, es decir, contiene excelentes discusiones filosóficas, cosa que otras ciencias más consolidadas, como la física, no contienen. Lo que, por cierto, es una debilidad imperdonable de la física que se enseña a los futuros físicos, con el consecuente déficit filosófico que conlleva para su concepción del mundo. Porque, obviamente, también a los conocimientos científicos subyace un paradigma filosófico, es decir, una teoría de la verdad y la Realidad, y el problema es que al no hacer explícita esta teoría nadie la discute, y al no discutirse no se mejora, y el no haber sido mejorada más allá de meras intuiciones, por mucho que sean intuiciones de gente inteligente y razonable, puede llevar a plantear sandeces como la del Big Bang de la Cosmología, o la de la existencia de objetos indeterminados en sí mismos de la Mecánica Cuántica.
Aparte de la infinidad de lecturas académicas de la infinidad de temas que comprenden estas dos carreras, siempre he leído mucho de todo, desde cómics y novelas hasta historia del mundo antiguo, incluyendo su filosofía, sobre todo presocrática porque nunca me llevé bien con el idealismo filosófico. Siempre me ha fascinado la historia y el pensamiento antiguo, mucho más libre y liberador que el pensamiento de cualquier otra época posterior, ya que, tras el desembarco del cristianismo en nuestra cultura a finales del siglo IV, el pensamiento docto se hizo profundamente irracional. Hay que ser muy complaciente con los filósofos para afirmar que han dicho algo interesante en filosofía después de, como mucho, Crisipo de Solos; y por lo tanto desde los primeros años del siglo III hasta ahora. Hay algunas gloriosas excepciones como la de Nietzsche, pero poco más. Casi todo lo demás es paradigma idealista, y el Idealismo no es algo que yo considere filosofía sino teología, es decir, un conjunto de afirmaciones disparatadas.
En fin, ahora estoy jubilado, así que me tenéis a vuestra disposición para discutir de cualquiera de los temas de los que se habla en este libro, que son muchos. Espero que este texto os resulte tan iluminador y tan útil como lo es él en sí mismo. Quedo a la espera de vuestros correos.
Salud.