2ª Edición, revisada y completa
Este es un libro de filosofía materialista, o si se prefiere decir de otra manera, de ciencia teórica, que publico bajo el pseudónimo de Lucifer Racional.
Aquí es el único sitio donde puede obtenerse de manera gratuita. Y con el fin de que el navegante se haga una idea de si puede interesarle o no, a continuación pongo sus primeras líneas:
A pesar del pseudónimo, que ya sé que a algunos les
hará sospechar que no es un libro serio, pero del que ya se verá su
importancia, este texto incluye las respuestas más racionales habidas hasta
ahora de todos los grandes interrogantes sobre el mundo físico y el mundo
psicológico. O dicho con más propiedad, sobre la Realidad y las apariencias de
la Realidad. Y, por lo tanto, aquí se responden los grandes interrogantes acerca
de todo lo que es algo. O sea, acerca de todo, porque de lo que no es algo es
absurdo decir algo.
Este texto trata de lo fundamental: de verdades corrientes y absolutas; de lo real y lo aparente; de lo bello y lo malo; del entendimiento y el conocimiento; del espacio y el tiempo; de la estructura del universo y las partículas elementales; de la naturaleza de la vida; de sensatos, mentecatos y psicópatas; de la estructura de nuestra mente y de nuestra felicidad; de sociedades patriarcales y matriarcales; etc., etc. Incluso explica qué es Dios y qué pasa tras la muerte. Así que cuando el lector acabe de leerlo y comprenderlo sus interrogantes serán ya como los míos: de segundo orden.
Lucifer Racional no es sólo un personaje mítico, también es un potente símbolo con formidables resonancias biológicas y sociológicas, que me ayuda a explicar qué le ha pasado y qué le está pasando a la Humanidad después del aciago resultado que tuvo y sigue teniendo la gran revolución demográfica de finales del neolítico. Un personaje tan singular que permite relacionar aspectos fundamentales de la mitología, la biología, la psicología y la historia de la Humanidad. Y aunque en algunos casos lo utilizo también como recurso literario, no espere el lector que vaya a dar aquí ninguna explicación esotérica o sobrenatural de nada. Todo lo contrario, este es un libro de filosofía de los que, como le gustaba a Nietzsche, filosofa con el martillo. Quiere esto decir que, a pesar de su claridad, sencillez y racionalidad, y quizá por eso mismo, no le va a gustar a nadie; ni a los filósofos, ni a los científicos, ni a los políticos, ni a los sacerdotes. Ni siquiera va a gustarle a los matemáticos. Es pues un texto provocador donde los haya. Sólo le gustará a las mujeres y no a todas. Confío pues en que se me tache de radical y por lo tanto de filósofo, porque la filosofía de verdad es intrínsecamente radical, dado que se ocupa de la raíz de las cosas.
Al igual que “Así habló Zaratustra” este es pues un libro para todos y para nadie. Tanto que Nietzsche estaría encantado con algunas de las cuestiones que aquí se tratan. En especial con la demostración de algo parecido a lo que él llamó su “pensamiento más profundo”: el ‘eterno retorno de lo idéntico’, cosa que yo denomino, con mucha más propiedad, el ‘eterno retorno de las apariencias’. Pero la idea de Nietzsche sólo fue una intuición de la que le pesó siempre no haber sabido dar una justificación convincente; aquí haré una demostración tan convincente y racional que incluso calcularé con razonable precisión cuánto tiempo tardarán las apariencias en retornar; ampliando (como producto colateral e inesperado de ello) la teoría especial de la relatividad de Einstein, explicando, entre otros, fenómenos tan misteriosos como que la velocidad de la luz sea la misma con independencia del movimiento del observador (cosa que Einstein postuló pero no explicó) o que si el espacio y el tiempo aparentes son relativos es porque el espacio-tiempo real es absoluto e inmutable. Sin embargo, también diré muchas otras cosas con las que el solitario de Sils María quizá no estaría muy de acuerdo. Nietzsche nunca habría suscrito un texto que como este defiende, antes que ninguna otra cosa, lo que es de razón. No se fiaba mucho de la razón, sin ser consciente de que sin fiarse de ella no se tiene luego razón para argumentar nada. A pesar de lo cual su descubrimiento de que las fuerzas instintivas y emocionales se inmiscuyen demasiado en los asuntos de la razón ha sido trascendental para nuestra época. Una idea a la que después Freud intentó dar forma científica con su teoría psicoanalítica y que hoy día es un lugar común entre la gente de la calle. Claro que incluso los grandes pensadores se equivocan porque, a pesar de sus elocuentes sospechas sobre la razón, es obvio que Nietzsche razona mejor que la mayoría de los filósofos.
Lo que no impide que el no fiarse de la propia razón no sea un problema terrible que afecta a mucha gente, con resultados desastrosos para todos porque, a través del aparentemente razonable mecanismo de la democracia universal, el no fiarse de la razón de los mentecatos nos afecta a todos. Ya hablaremos de ello, ahora sólo diré que la causa principal de que existan tantos mentecatos es que vivimos en un mundo que continúa siendo patriarcal, un mundo de ejércitos y los ejércitos siempre optan por ningunear lo que es de razón en favor de lo que es de interés. Tampoco debe extrañarnos dado que en su naturaleza está mucho más el preocuparse por vencer que por convencer; o si se prefiere: su manera de convencer es venciendo, o sea, por la fuerza. Cosa que no se lleva muy bien con tener razón. En consecuencia, el enseñar a aceptar la irracionalidad forma parte de la educación básica de nuestras sociedades desde hace unos seis milenios. Y resulta que yo aquí defiendo, antes de nada, lo que es de razón, así que es imposible que este libro sea bien acogido por casi nadie.
Lo primero será pues averiguar qué es de razón y qué no lo es; así que voy a dar a conocer en qué medida lleva razón un discurso e incluso una única afirmación. Supongo que a algunos mi definición de ‘verdad’, les parecerá insuficiente y hasta trivial, pero espero que a otros les parezca lo que a mí: una definición fascinante por su naturalidad, sencillez, precisión y utilidad. Sea como sea, con ella voy a desafiar, quizá más de lo que es prudente, a todos los que predican la sinrazón. Lo que implica desafiar también a millones de alienados por la ubicua propaganda de los pastores de mentecatos; lo cual suma muchos, muchos alienados; de ahí el previsible rechazo universal de lo que a continuación sigue. Sí amigos, la filosofía puede llegar a ser muy perturbadora. Y más cuando, como aquí, se tiene la audacia de filosofar con el martillo. Sin miramientos. Lo que no implica hacerlo sin cortesía ni buen humor. Mostraré que, como ya dijeron los presocráticos y hasta el propio Platón, el mundo en el que creemos vivir es un mundo aparente. Incluso hay casos mucho peores: los de quienes ni siquiera viven en su verdadero mundo aparente, sino en otro más fantástico todavía: en una entelequia vacía que se esfuerzan en creer que es su mundo aparente. Se trata de los mundos de la fe, los mundos de quienes se dicen a sí mismos que creen en cosas que en realidad no creen. Este es un asunto trascendental porque si bien el mundo aparente no es racional (incluido el más racional de ellos: el de la ciencia) los mundos de la fe son ya de una irracionalidad exasperante; con las funestas consecuencias que esa irracionalidad ha tenido y sigue teniendo para la Humanidad.
Pero sobre todo voy a mostrar de qué son apariencias nuestras apariencias. O sea, voy a resolver el llamado «problema de la metafísica», un problema que después de 2500 años desde que se planteó continuaba sin resolverse. Y por lo tanto voy a descubrir por fin a la Humanidad qué cosa es la Realidad; lo que no significa que vayamos a poder olvidarnos de las apariencias de la Realidad, es decir, de todas las demás cosas. No vamos a poder hacer borrón y cuenta nueva con nuestro mundo aparente porque es fruto de una estrategia biológica básica, y por lo tanto continuará siendo imprescindible para conducir nuestra vida. Sin embargo, el conocer qué es la Realidad ayudará a deshacernos de multitud de funestas apariencias de segundo orden como las de los aparentes mundos aparentes, las de los mundos de fe. Y con la pérdida generalizada de confianza en vacuidades y sandeces habremos dado un paso de gigante hacia la felicidad de la Humanidad.
A grandes rasgos ha habido cuatro grandes saltos del pensamiento humano. Me refiero al pensamiento culto, porque el de mucha gente ni siquiera ha completado todavía el primero. Este titubeante primer paso fue desde el pensamiento primitivo animista hasta al pensamiento mágico babilónico. El pensamiento primitivo personificaba la naturaleza convirtiendo los fenómenos naturales en personajes psicológicamente humanos, pero físicamente sobrehumanos: los dioses. De manera que los fenómenos naturales se explicaban como consecuencia de la arbitraria voluntad de los dioses y por lo tanto de la arbitraria voluntad de los propios fenómenos. Unas explicaciones que, claro está, ni explican nada ni sirven para nada. Pero los magos consiguieron extraer cierta utilidad objetiva a esta pueril teoría de los dioses mediante la hipótesis de que las voluntades divinas pueden conocerse, de que no son tan arbitrarias. Al fin y al cabo, los dioses tienen un carácter y unas costumbres muy humanos; y eso es lo que intentaron averiguar los magos: la psicología y las costumbres de los dioses. En consecuencia, estudiaron los fenómenos naturales haciendo grandes tablas de relaciones de causa-efecto. Estas relaciones fueron los primeros conocimientos adquiridos por la Humanidad de manera empírica y sistemática. Y a pesar de que sus métodos de observar y extraer resultados de la conducta divina no fueran muy brillantes, los magos babilónicos sorprendieron mucho con sus eventuales aciertos (especialmente en astronomía), lo que les hizo muy famosos en la antigüedad.
El segundo gran salto del pensamiento culto fue eliminar lo obviamente innecesario en las explicaciones de los magos: la personificación de los fenómenos, y por lo tanto eliminar a los dioses como causas de lo que sucedía en el mundo. Esto es lo que hicieron Tales de Mileto y sus seguidores, los llamados “presocráticos”, que fueron quienes comenzaron a pensar el mundo sin la intervención de dioses, sustituyendo la psicología divina por la geometría y la mecánica de los propios objetos materiales. Lo de las comillas es porque hay muchos “presocráticos” que fueron postsocráticos, dado que quienes hicieron esta distinción fueron filósofos idealistas que reordenaron la historia de la filosofía según su conveniencia ideológica.
Con los presocráticos el mundo comenzó a explicarse mediante cosas conocidas y no mediante cosas más desconocidas aún, seres fantásticos que nada explican; con lo que nació la filosofía propiamente dicha, es decir, el pensamiento racional. Este ha sido el salto cultural más grande y difícil que ha dado la Humanidad en toda su historia: la despsicologización de la naturaleza tras la psicologización universal de los fenómenos naturales que durante milenios había realizado el hombre primitivo. La prueba de esa dificultad es que todavía hay mucha gente que explica mediante dioses la geometría y la mecánica de los objetos materiales, en especial la de los seres humanos. Gente que no ha dado todavía el salto intelectual que dieron los presocráticos. El primer responsable de este desastre cultural fue Platón que, aunque despersonificada, volvió a convertir la física en psicología; si bien es verdad que la principal responsable de la catástrofe es la Iglesia, que impuso por la fuerza durante demasiados siglos este delirante paradigma filosófico que llamamos `Idealismo’; eso sí, arreglado a su gusto: volviendo a añadir la personificación primitiva. No ya de cada fenómeno por separado, sino de todos ellos juntos. Lo que devolvió la concepción culta del mundo a una muy parecida a la que había en la Edad del Bronce. Tanto que convirtieron la Realidad en un dios, en concreto: en el dios Dios.
Pero los presocráticos no sólo ningunearon a los dioses como explicaciones del mundo, también llegaron a utilizar la lógica de una manera tan radical, llegaron a filosofar tanto «con el martillo» que plantearon el problema de los problemas de la filosofía al descubrir que eso que llamamos «la realidad» no puede ser real, que dado que los objetos materiales no cumplen con el principio identidad entonces son cosas que se autocontradicen, por lo que no son algo, por lo que no son algo que exista; el llamado “problema de la metafísica”, el problema fundamental de la filosofía.
Tampoco son reales entonces las relaciones entre objetos materiales y por lo tanto no son reales los fenómenos naturales y por lo tanto no son reales los dioses. Así que los presocráticos demostraron hace ya 2500 años, con todo rigor lógico, que los dioses no existen. Lo que no significa que fueran conscientes de ello. No lo fueron, o por lo menos no sabemos que lo fueran; aunque hay que tener en cuenta que decirlo hubiera sido un delito de impiedad castigado con la muerte, así que no es imposible que algunos lo fuesen... En cualquier caso, la filosofía nació con la muerte de los dioses, o como mínimo con su ninguneo, con su olvido. Sin embargo, aunque los presocráticos intentaron averiguar qué es entonces lo real, no lo consiguieron. Y eso que la búsqueda de la Realidad había comenzado ya con Tales de Mileto, es decir, desde antes de que Heráclito de Éfeso y Parménides de Elea, cada uno a su manera, hicieran el descubrimiento trascendental de que lo que parece real no es real; el descubrimiento más inquietante que puede imaginarse, porque desconocer la Realidad nos deja intelectualmente desvalidos, impotentes para comprender de verdad ninguna cosa.
Desde entonces muchos otros han seguido intentado dar con la Realidad, pero nadie lo ha logrado; de hecho, Kant, el último gran filósofo idealista, tiró definitivamente la toalla. Seré yo pues quien, desde un materialismo mucho más radical del que ha existido nunca, explique qué es la Realidad y resuelva por fin esta terrorífica cuestión, el problema más antiguo e importante de la Humanidad, cuya falta de solución sigue perjudicándonos gravemente, incluso a la ciencia actual, por mucho que los científicos crean que el asunto no va con ellos. Ya veremos que sí que va. Por lo tanto, en este libro doy fin a la metafísica y posibilito a la ciencia el estudio de la Realidad y no sólo el estudio de las apariencias de la Realidad.
El tercero de estos grandes saltos culturales ocurrió dos siglos y medio después de Tales y corrió a cargo de Aristóteles, que descubrió la ingenuidad, la imprecisión y la polisemia del lenguaje natural y, sobre todo, que fue el primero en estudiar la estructura de los razonamientos racionales, cuyo resultado fue la creación de la lógica silogística, que luego fue ampliada por los estoicos. Con ello Aristóteles creó el conocimiento cognitivo más importante que tiene la Humanidad, su herramienta fundamental. Y dentro de esta lógica lo más notable, lo más crucial, fue la formulación del principio de no contradicción, porque este principio no sólo es la base de las demostraciones, sino que, como veremos, también es de una necesidad absoluta para hacer distinciones; y como consecuencia es un pilar fundamental del pensamiento racional.
El cuarto y último por ahora de estos grandes saltos intelectuales es el que doy yo en este libro al resolver el problema de la metafísica mediante un sutil perfeccionamiento del principio de no contradicción y, claro está, pensando con el “martillo”, sin concesiones a lo aparente, como ya hizo en la antigüedad Parménides. Es decir, distinguiendo rigurosamente lo aparente de lo real, separando con toda claridad ‘ser’ de `existir’, «ser algo» de «ser algo existente», cosa que por desgracia no hizo el admirable eleata. En aquella época nadie hacía esta crucial distinción; ni siquiera hoy la hace casi nadie. Las consecuencias para la comprensión del mundo y de nosotros mismos de saber qué es real y qué es apariencia de algo real son inmensas; en especial para la ciencia, pero sobre todo para el destino de la racionalidad de nuestra especie. Una racionalidad que hoy día vuelve a correr un grave peligro. La Humanidad no tiene ni idea del riesgo que está corriendo de retornar a una especie sin entendimiento tras haber sido obligada durante milenios por los patriarcados a renunciar al uso de la Razón, la herramienta fundamental de nuestra especie.
Aquí
corrijo la deriva actual de la ciencia hacia
la irracionalidad, tanto en sus tesis sobre el macrocosmos como en sus tesis
sobre el microcosmos. Tanto en su concepción de los fenómenos relacionados con
la estructura general del espacio-tiempo y con la observación de una supuesta expansión
del universo, como en la concepción de la mecánica cuántica de aspectos
relacionados con la estructura fundamental de las partículas y su
comportamiento aparentemente indeterminado. Puede que mis soluciones sean
difíciles de comprender tras milenios de insensateces idealistas, por lo que
sorprenderá mucho que sean tan sencillas. Tanto que creo que su sencillez puede
que sea el principal argumento que se esgrima en su contra. Sin embargo, no son
soluciones intrínsecamente sorprendentes, dado que la filosofía fundamental
trata con la raíz de los problemas, es decir, se enfrenta a los problemas cuando
estos todavía no se han complicado demasiado. O, mejor dicho, cuando nadie los
ha complicado demasiado en su intento infructuoso de resolverlos por no haber
sabido plantearlos adecuadamente. Recuérdese al respecto la sencillez de la
mecánica celeste heliocéntrica respecto a la geocéntrica. Pues aquí haré una
segunda revolución copernicana de esa mecánica. Las buenas soluciones
simplifican las cosas, no las complican. La complicación suele indicar que no
se está enfocando bien el problema.
Otro de los resultados más importantes es que doy
fin al idealismo filosófico. El paradigma filosófico delirante que creó Platón
para resolver el problema de la metafísica. Quedará pues radicalmente refutada
la filosofía dominante en nuestra cultura desde que la Iglesia se apuntara a
ella y obligara por la fuerza a todo el mundo a apuntarse a ella, con las
terribles consecuencias que eso ha tenido durante tantos siglos.
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así que nunca nada que vale tanto,
ha sido tan barato.
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